No hay que reflexionar mucho. Estamos atestiguando una situación en la que todo lo que conocíamos está cambiando: la manera de interactuar con la familia, los hábitos de consumo, la manera de trabajar, la forma de dedicarnos al ocio y al esparcimiento, la economía, las relaciones interpersonales, etcétera.
Y si bien, una de las enseñanzas del yoga es desarrollar la consciencia de el cambio constante y la no permanencia son cuales inherentes a todo lo que existe, la realidad es que nos estamos sometiendo a un ritmo frenético de transformación que no había vivido la humanidad en su conjunto. Y esta situación genera estados constantes de ansiedad, estrés y depresión. Nuestros hábitos se construyen como una manera de construir una sensación ilusoria de seguridad a partir de la noción de que todo es estático. Es decir, nos levantamos, vamos a trabajar, recibimos un salario para satisfacer nuestras necesidades básicas y nos vamos a acostar. Por supuesto que esto no es erróneo, pero parte de la idea de que el trabajo siempre estará ahí para nosotros. Igual pasa con nuestros afectos, nos enamoramos, criamos hijos, o adoptamos mascotas con la misma noción. Pero los hijos crecerán y seguirán su camino, los noviazgos terminaran, o es muy probable que un perro o un gato abandonen su cuerpo porque su promedio de vida es más corto que el de un ser humano. Por esa razón, las pérdidas nos afectan tanto. La escritora Rosa Montero en una de sus novelas, afirma que somos nuestras pérdidas porque conforme crecemos, vamos perdiendo aquello que amamos. Si bien estoy de acuerdo con ella, afinaría la definición para que sea “somos nuestros cambios”. Cuando la mente detecta que aquello que le brinda la sensación de seguridad puede cambiar, entra en un estado de alerta cuyas respuestas pueden ser la ansiedad, la ira, la depresión o la desesperación. No es sencillo decirle a la mente “el cambio es parte inherente de todo lo que exitse porque no lo entiende. La mente está diseñada para asegurar la supervivencia del organismo que la aloja con el menor desgaste energético posible. Su función no es ser exacta. A mí me ocurrió que en estos días, ya que mi perro Chester presentó los efectos de un problema de cadera que ejerció presión en las vértebras de su columna lo que derivó en un desorden neurológico. Me puse mal, la desesperación y la ansiedad me envolvieron. Por más que tratara de analizar qué decisión debía tomar, el estado de emociones contraproducentes que estaba viviendo me impedía elegir de manera asertiva. Fue entonces que una amiga, de manera compasiva, me recomendó a una veterinaria que hacía visitas a domicilio. Después del diagnóstico, Chester, mi bóxer, ya está en recuperación. Mi crisis duró dos días. Al no poder pensar con claridad, practique una variante del yoga que se conoce como kirtan, o canto devocional, y eso me ayudó a estar en calma. Entendí que hoy, más que nunca, el mundo necesita seres compasivos y en calma. Podemos comprender cómo nuestra realidad se está transformando continuamente a partir de pulir nuestro entendimiento mediante las prácticas de yoga. Ejercitarnos, meditar, descansar, comer sanamente es yoga. El yoga nos prepara para estos momentos. No nos exime de experimentar estados perturbados porque la vida sigue su curso: se sostiene, se mantiene y se disuelve. Pero si nos permite regresar a la calma y aprender a surfear las olas de la vida con mayor precisión. Y también entendí que la compasión, desear el bien de todos los seres sintientes, incluso aquellos que piensan diferente a nosotros, nos ayuda a entrar en ese estado de contentamiento que tan bien hace en los momentos de desesperanza. Es común terminar una práctica yoga con la siguiente enseñanza Lokah Samastha Sukhino Bhavatu, que todas mis acciones, mis pensamientos y palabras expresen el deseo de que todos los seres sean felices.
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Daniel mESINOEditor de libros, instructor de yoga, director y fundador de www.yogaentuempresa.com Archivos
Abril 2023
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